En cualquier relación del tipo humano siempre existe una línea de poder que determina la naturaleza de la misma. Es pues el poder la clave para entender la experiencia y la naturaleza humana.
Hobbes escribió; “Doy como inclinación natural de toda humanidad un perpetuo e incansable deseo de conseguir poder, que solo cesa con la muerte”.
El poder está en todas partes; en la familia, con la pareja, los hijos, los amigos, en el ámbito laboral, por supuesto en el gobierno, la política etc., los dispositivos del poder permean la sociedad entera, y si se mira de cerca cómo define Foucault; “Es algo que funciona en cadena, nunca está localizado aquí o allí, nunca es propiedad, como una riqueza o un bien”. Y su naturaleza es tan inherente a la persona, que incluso donde parece haber solo servidumbre tiene presencia el poder.
Pero, ¿Cuál es el fundamento del poder?, ¿Cuál es la fuente de la que emana? La Real Academia Española, define al poder en dos conceptos, el primero; como tener expedita facultad o potencia de hacer algo y el segundo; como dominio, imperio, facultad y jurisdicción que alguien tiene para mandar o ejecutar algo.
Hablamos pues refiriéndonos a la segunda definición, que para efecto es la que interesa; el poder como acto de dominación, de imperio de la voluntad de uno o unos, sobre otro u otros. Pero acaso ¿el solo hecho de la dominación determina la existencia del poder? Luhmann, aseguraba; “el poder no es un instrumento al servicio de la voluntad, sino contrariamente es el poder el que engendra la voluntad”.
Entonces por consecuencia, el poder nace del deseo, si no hubiera deseos o al menos no hubiera deseos encontrados, no hubiera la necesidad de poder. Por ello la absoluta eliminación del deseo rompe el circuito de poder y desactiva el sistema. “La esencia del hombre es el deseo”, dijo Spinoza, “en su dinamismo se encuentra el secreto de la acción, la proliferación y la hibridación de nuestros impulsos”.
Según José Antonio Marina, el ser humano esta movido por tres deseos básicos; el de bienestar, el de vinculación social y el de afirmación del poder del yo, la satisfacción del poder no se debe solo a su capacidad para satisfacer el último deseo, sino también los otros dos y sus variantes.
Marina, concibe el poder como una bicefalia que se presenta a través del poder autorreferente y el poder social, el autorreferente entendido como la capacidad personal de autodominio y social como la de influir sobre los demás.
Algún día escuche decir a un querido amigo, que aún no se conocían límites en el ser humano para el deseo de poder, y el deseo de riqueza, pero entonces ¿Cómo el poder puede ser algo positivo en la sociedad?
La historia nos enseña, que para protegerse de los excesos del poder, no es solución intentar eliminarlo, porque sería algo inútil, la solución es controlarlo. Cuando pasamos al ámbito social, este poder es utilizado para que nuestra voluntad sea ejercida por otros.
El poder es necesario por la simple y sencilla razón de que dependemos de otras personas para satisfacer nuestros deseos, lo que significa que a más deseos, mas dependencia y por ende más necesidad de ejercer poder sobre ellas.
Sin embargo, para evitar la absoluta sumisión al poder, las sociedades a lo largo de la historia han establecido mecanismos de control del poder para poderlo encauzar dentro de ciertos límites inviolables.
Estos límites, son referentes de legitimidad en el ejercicio del poder, sin los cuales cualquier liderazgo carecería de viabilidad y son estos parámetros los que hacen a líder ir en busca de dicha legitimidad y adoptar la convicción de que lo único que quiere es servir a la colectividad y así olvidar que su verdadero móvil es el disfrute de la acción y la expansión vital que proporciona el poder.
J.A. Marina hace énfasis en la ética, que aparece como un gran esfuerzo para controlar el poder e inventar un poder diferente, a sus palabras este proceso “nos aparta de la selva” y lo divide en tres etapas;
La primera que se refiere a la inteligencia humana que convierte los deseos en insaciables, la segunda que hace a los mecanismos de control más simbólicos, mas allá de la fuerza como único recurso del poder, deja lugar a otros más sofisticados, como la seducción y la persuasión, y la tercera que aparece como la necesidad de legitimación para justificar la obediencia y que acabará resultando el gran contrapoder.
El verdadero líder es capaz de establecer de acuerdo a su momento histórico estilos diferentes de poder, Gandhi y sus resistencias pacificas son modelo ejemplar de ello. La tarea ética del líder consiste en fijar los límites de sumisión y rebeldía y llevar su poder a esferas que trasciendan más allá de él mismo.
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