lunes, 18 de octubre de 2010

La Mujer y el Voto


Un 17 de octubre de 1947 durante el periodo de Miguel Alemán como presidente de México, se le otorga por primera vez en el país, el derecho a las mujeres de votar y ser votadas, pero no es hasta 1953 en el sexenio de Ruiz Cortines cuando constitucionalmente se le da la plenitud de derechos ciudadanos a la mujer mexicana.

Sin embargo antes de la enmienda constitucional ya en 1952 por primera vez en el Congreso de la Unión había una diputada federal electa; Aurora Jiménez de Palacios (PRI) y en 1964 las primeras senadoras hicieron presencia en la cámara alta; María Lavalle Urbina y Alicia Arellano Tapia, del mismo partido.

Independientemente a esto ya había antecedentes de carácter local sobre la participación política de las mujeres México, en 1923 Elvia Carrillo Puerto fue la primera mexicana electa diputada de un Congreso local (Yucatán) y ese mismo año en la capital del mismo estado, Mérida, Rosa Torres es electa como primera regidora del país. Luego en 1938, Aurora Meza Andraca es electa como primer presidenta municipal en la capital de Guerrero, Chilpancingo.

En el contexto internacional y a manera comparativa, el voto de la mujer llego un poco tarde a nuestro país, Noruega fue el primero que desde 1893 concedió el voto a la mujer en igualdad de circunstancias que a los varones, le siguieron Australia, Finlandia y Noruega en los años posteriores.

El primer país del continente americano en conceder el voto femenino fue Uruguay en 1917, luego Estados Unidos en 1920, Ecuador en 1929, Cuba 1934, El Salvador 1939, Canadá 1940 entre otros cuantos países americanos que se nos adelantaron por así decirlo, en igualar los derechos políticos a las mujeres.

Sin embargo el hecho de que en la ley se establezcan derechos, no quiere decir que por consiguiente se cumplan, el mundo sería perfecto si así fuera, por lo cual, se han establecido a nivel nacional e internacional diferentes mecanismos para fortalecer la participación de la mujer. Como los tratados de Belem do Para a nivel internacional y las modificaciones a la las leyes y códigos electorales para asegurar la equitativa participación de la mujer en la vida política nacional y local.

México ha contado con tres candidatas a la Presidencia de la Republica desde 1988 la primera en ese año; Rosario Ibarra por el extinto Partido Revolucionario de los Trabajadores, luego Cecilia Soto en 1994 por el Partido del Trabajo y Patricia Mercado en el 2006 por el también fallecido Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina, pero ninguna de las anteriores con posibilidades reales de ganar.

La participación política de la mujer jurídicamente podría darse por hecho en este país, sin embargo, vemos como se transgrede la ley -como en muchos otros temas- y se usan las cuotas de equidad solo para registrar suplentes o después de electas despojarlas de sus cargos o simplemente para cubrir la opinión pública y proyectar una maquillada equidad de género.

Hablemos claro, la participación política de la mujer es algo más de derecho que de hecho y su transcurrir en la historia nacional ha tenido avances significativos, pero no ha alcanzado su verdadera y natural expresión.

La mujer que es la más violentada entre los violentados, la más pobre entre los pobres, la más enferma entre los enfermos y la más abnegada de los abnegados. La mujer necesita ubicar primero su realidad, organizarse en base a sus necesidades comunes y pugnar por la ratificación de sus derechos, una ratificación que le de espíritu a las leyes y las haga verdaderamente justas y reales.

La política necesita de la participación de la mujer, ellas le dan credibilidad y sensibilidad a la política y a la vida agregaría yo, algo que en estos tiempos la política pide a gritos.

lunes, 4 de octubre de 2010

Dos mil diez; La Revolución sin Causas


Escribo esta reflexión en medio de dos fechas fundamentales para la construcción del país, que desde el 27 de septiembre de 1821 pudo independizarse después de trecientos años del yugo de la corona española.

Entiéndase, al inicio de la guerra de independencia en septiembre de 1810 y el inicio de la revolución mexicana en noviembre de 1910. Dos pugnas que tuvieron como fundamento la reivindicación de los derechos fundamentales y el encumbramiento de ideales liberales, democráticos e igualitarios.

Años atrás, se hablaba en todo el territorio nacional sobre el futuro que le depararía al país en el dos mil diez, se especulaba si el ciclo revolucionario se repetiría, o si daríamos el salto de las luchas armadas a la revolución cultural que nos hiciera avanzar como nación sin caer en el caos que toda guerra conlleva.

Pues bien, no hay plazo que no se cumpla y hoy nos encontramos nuevamente, en la primer década del siglo XXI, inmersos en una guerra que en menos de 4 años ha cobrado la vida de casi treinta mil mexicanos.

Pero, ¿qué paso ahora?, ¿Por qué esta guerra cambio drásticamente de modalidad?, ¿A qué se debe que esta revuelta armada carezca de ideales para la reconversión nacional?

La respuesta puede ser sencilla, porque a esta guerra le pasó lo mismo que a nosotros en el transcurrir de la historia, el ser humano al incursar en el sistema capitalista se vio rebasado por las posibilidades (o más bien espejismos) que este ofrece, el individualismo que genera y en la disociación que auspicia y que sobrepone a los intereses por encima de las ideas, de los valores, de las convicciones.

Sin embargo, aunque los motores son diferentes, las causas siguen siendo las mismas que las de las revoluciones pretéritas; la inequitativa distribución de los recursos, los privilegios insultantes de las cada vez menos clases altas, el autismo de la clase política, el sometimiento a los intereses transnacionales y el envilecimiento de las condiciones de vida de los más a costa de los menos.

Esto ha provocado que cada vez más mexicanos se unan a los diferentes eslabones de esta cadena productiva llamada narcotráfico… de esta mejor llamada Revolución sin causas.

Una revolución que sigue siendo poco entendida por la desarraigada clase política gobernante, una revolución que paradójicamente pretende ser sosegada con balas y municiones, sin darse cuenta que este problema como todos los del “neoliberalismo” es uno de oferta y demanda… me pregunto ¿Dónde está aquí la mano invisible?

La pregunta obligada seria; ¿cuándo se acabara esta revolución?, considero que concluirá cuando se dejen de atacar lo efectos y empecemos a entender las causas, que tienen que ver con el combate a la pobreza y el combate también a las riquezas desmedidas e ilícitas, con la generación de empleos y sobre todo, con la elevación de la calidad educativa y la formación cívico-nacional.

“No estoy de acuerdo con los sueldos que ganan los profesores que atienden las escuelas, el día que un maestro gane más que un general, ese día se salvara México”. Francisco Villa, 1920.