domingo, 2 de enero de 2011

La palabra


Sin lugar a dudas, el descubrimiento humano más importante de la historia, es, ha sido y seguirá siendo el lenguaje… la palabra. Gracias a esta maravillosa herramienta, el hombre ha podido comunicarse con eficacia, y es la palabra hablada o escrita, la base de la convivencia social y sustento de toda civilización.

Gracias a la palabra, el ser humano puede conocer su pasado, estudiar y analizar su presente y poder con esto, predeterminar gran parte de su futuro. Es pues el lenguaje, la maravilla humana que permite su supremacía.

En la política, que a decir de Aristóteles, es la actividad suprema del ser humano –porque gobierna y legisla sobre todas las demás actividades- la palabra, es la única herramienta para lograr un fin político, y cuando se emplea de manera efectiva, es que se logra el convencimiento; instrumento inherente y fin último de la comunicación.

En la actualidad, donde la mercantilización de todo aquello que exista, ha rebajado a la política a la mercadotecnia y ha hecho, a las causas “marcas” y a los hombres “productos”, es necesario revalorar el papel que juegan la palabra y el convencimiento en la actividad suprema a la que hacía mención Aristóteles.

Porque reitero; la mercadotecnia, puede hacer ganar elecciones y ante la perspectiva pública, puede hacer parecer políticos a quienes no lo son, pero lo que nunca logrará la mercadotecnia política, es darle rumbo y certeza a una nación, ni tampoco logrará lo que con ello se obtiene; que es identidad nacional o dicho en otras palabras, conciencia colectiva. Esa conciencia que nos hace entendernos como parte de un todo, de una familia, de una sociedad, de un municipio, de un estado, de una nación… de un planeta.

La palabra tiene el poder de programar nuestro interior, pero también tiene el poder de cambiar las circunstancias, la palabra tiene la capacidad de hacer todo y paradójicamente no ser nada, más que sólo palabra. En el pretérito, empeñar la palabra era símbolo de honor, de justicia, de compromiso, sin embargo esa cultura en la actualidad no tiene ninguna trascendencia.

La política sin el uso efectivo de la palabra, no es política, podrá ser mafia, intereses, comercio, etc. Pero la política en su más pura esencia sólo conoce una herramienta… la palabra. No entendida como arma demagógica para la persuasión perversa y farsante, sino como el medio para construir y consensuar.

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